METALLICA

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Lo que se vio en las filas del concierto Las pesadas horas de espera Un fuerte dispositivo de seguridad para evitar desmanes durante la presentación de Metallica. Los aficionados llegaron vestidos para la ocasión y se prepararon para vivir el concierto en un ambiente tenso.

Por Patricia Lesmes - Redactora de EL TIEMPO  Mayo 3 de 1999

"No son dos días de espera en la puerta del Simón Bolívar, son 32 años soñando con ver a Metallica". Estas son las palabras de Oscar Gómez, 'El Pájaro', quien no dudó en coger una mochila salir a la carretera y venirse echando dedo desde Armenia, solo para poder llegar al concierto de anoche.

Dentro de una carpa azul, 'El Pájaro', pasó dos días en una de las entradas del Simón Bolívar. La noche del sábado la pasó en medio de música, baile y mucho trago. En la mañana de ayer, la ciclorruta que rodea el escenario estaba convertida, literalmente, en un basurero.

Las puertas se abrieron a las 12 del mediodía, 'El Pájaro' logró meterse en el primer grupo, sin importarle el tener que dejar tirada la carpa y la comida que trajo desde la zona cafetera, corrió afanado a pesar de que faltaban todavía cinco horas para que empezara el espectáculo.

Después de pasar tres filtros de requisa, donde le hicieron quitar hasta los zapatos, desbaratar el cinturón y dejar los cigarrillos, este paisa entró a la plaza de eventos, que hacia las 3 p.m. ya parecía un hormiguero: más de 100.000 personas fueron llenando cada rincón.

El ambiente fue pesado: en la filas había gente consumiendo alcohol y el olor a marihuana llegaba de todas partes. "Ayúdenme, se muere", gritaba un joven de pelo largo, quien cargaba a otro hombre herido. Según el muchacho, "al pelao le dio un barillazo en la cabeza, un man de Fuerza de Paz". Gente de la cruz Roja se lo llevó a una de las ocho carpas, junto con varios desmayados.

La botellas y bolsas llenas de agua o comida volaban e iban a parar en la cabeza o en el cuerpo de algún descuidado. Los coros de "hijuep..., hijuep...", se repetían por todo el escenario. Hombres y mujeres mechudos, con tatuajes en los brazos, el pelo pintado de colores y, algunos, con pantalones de cuero, levantaban la mano para hacerles 'pistola' a sus vecinos de enfrente.

Sueños de metal

Ya adentro y ubicados, la cosa se fue calmando. "Un perrito caliente, una bolsita de agua y un 'cachito', mientras empieza lo bueno". La emoción y la dificultad de la entrada se fue olvidando. Quienes insistieron en hacerse en primera fila no pudieron sentarse en todas la tarde y aguantaron los empujones de los de atrás.

Quienes decidieron que el mejor puesto era un poco más lejos, tuvieron tiempo de hablar, mostrarse sus camisetas y hasta de dormir, "estoy desde la 5 a.m. y lo todavía falta mucho, por eso voy a descansar un poco", afirma Gabriel Blanco.

Mientras tanto, las 600 personas de Fuerza de Paz, las 80 de la Cruz Roja, los 20 del Instituto Distrital de Recreación y Deporte, además de la gente de la Defensa Civil y los cientos de agentes de la Policía y de Bomberos, revisaban todo, tratando de aplacar los ánimos que a veces se tornaban ásperos.

Las graderías del Simón Bolívar se convirtieron en una pasarela. Chifladas a la gorda que se parecía a Marbelle, besos y silbido para la mona de voluptuosas figuras y groserías para el que pasaba haciendo amagues de bajarse los pantalones al estilo Mockus.

Hacia las 4:30 p.m., el cielo amenazaba con lluvia, y los asistentes que dormían empezaron a despertar de su letargo. Los que permanecieron despiertos, ahora lo estaban más: llegó el momento de pelearse, a codo, el mejor puesto.

Cuando no había empezado la música, el saldo del concierto era de 100.000 personas reunidas en el concierto más grande que se ha visto en Colombia, un herido grave y cerca de 20 desmayados.

'Van al concierto de rock re-pesado'

Por FULANITA

La simbología de los amantes del rock pesado se paseó ayer por las calles y avenidas contiguas al Parque Simón Bolívar como si fuera un multitudinario desfile. Nadie entendía nada. Se suponía que el concierto tendría lugar allí, pero uno no entendía por qué desde muy temprano la Policía había taponado la Avenida 68, en sentido norte sur, desde la cincuenta y algo.

En medio del trancón para buscar la calle 61, tomar la 63, salir a la Rojas y alcanzar la 26, los rockeros pesados se cruzaban. Iban y venían con sus camisetas negras pintadas de Sepultura (uno de los grupos más famosos en esta materia).

Cualquier foráneo que llegue a Bogotá en un día de concierto es incapaz de distinguir, al paso de los asistentes al mismo, si se trata de un espectáculo de mariachis, vallenato, salsa brava, merengue dominicano o una 'descarga' de despecho. No hay señales de ritmo por ningún lado.

En este caso las cosas eran diferentes. Nadie dudaba de que se trataba de un concierto de rock 're-pesado', como en algunas esquinas murmuraban los jóvenes silvestres, de esos que nacen, crecen, se reproducen y mueren sin etiqueta.

El negro, como diría en otros tiempos Gloria Valencia de Castaño en aquellas épocas de monopolio de desfiles, era "el color predominante".

Algunos lo combinaban con una camiseta manga larga (negra) sobre la negra de manga corta. Otros reforzaban su gusto por este color (¿la negación del color?) con gorritas de lana (negras) adornadas con ramitas de marihuana tejidas en el frente. ¡Hasta llevaban perros (negros) con collares metálicos!

Sin la más mínima intención de atentar contra gustos, la verdad es que los aficionados al rock -la mayoría de ellos- mantienen una tipología particular. El pelo largo es infaltable; el negro aparece en alguna de las prendas; el arete puede estar en el lóbulo de la oreja, en la nariz o en la ceja (creo que para el concierto se prohibieron las botas y las correas con taches y grandes hebillas).

Son muy pocos los que se visten así pero no gustan de este tipo de música (no conozco a nadie). En cambio sí conozco a algunos que no se visten así pero, literalmente, sus habitaciones están empapeladas de afiches de Metallica, Sepultura y... (mil disculpas, desconozco el repertorio).

Tampoco creo, como creen los mojigatos recalcitrantes, que todo aquel que guste de esa música es un 'drogo-metelón'. Acepto que en esa pasarela de metaleros en que se convirtieron las calles aledañas al Simón Bolívar vi una que otra papeletica lista, pero eso no quiere decir que todos llevaran su papeleta y que las carguen consigo como si fuera un infaltable 'producto básico de la canasta familiar'.

 

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